miércoles, 24 de noviembre de 2010

La historia de una caca

Un dia hablaba Gumersindo con su abuelo Eustaquio y le preguntó:
-Eustaquio me siento inútil y creo que de nada sirvo, pues por más que lo intento no consigo hacer algo bien.
-Gumersindo-respondió Eustaquio- me parece que si te cuento esta fábula me entenderás mejor:
-Había una vez una caca de vaca que, aunque sabía que era una caca, no sabía que era de vaca. Y como el tiempo de una caca es muy corto y por suerte estaba sobre una colina, empezó a rodar cuesta abajo. Lenta e incansablemente la caca seguía bajando y entonces se topó con una flor:
-Perdone señora flor-dijo la caca-¿sabe usted quién es mi mamá?
-Pues por tu repelente aspecto, diría que eres de vaca.
¿Y dónde puedo encontrar una vaca?-preguntó la caca
-Abajo de la colina hay unas, ¿para que quiere una insignificante mierda hacer nada?
La caca siguió bajando aunque un poco deprimida.

Al final llegó hasta abajo, y vió a aquel enorme animal, se acercó muy ilusionada y dijo:
-!Hola, mamá!
-!Tú no eres mi hija!-gritó despectivamente la vaca- mis hijos están allí comiendo-dijo señalando a sus terneritos- Tú no eres más que un desecho y no sirves para nada.
La vaca dió media vuelta y se fué, y la caquita quedose deprimida y abandonada.
 
Y la caca comenzó a secarse, y a secarse, al final, cuando la caca estaba casi seca, notó un cosquilleo, que crecía por dentro, y más y más. De pronto, surgieron unas lindas setas que dijeron:
-!Buenos días, caquita!¡Y muchas gracias!
-¿Por qué? Soy una mierda no sirvo para nada...
-¡Que va! De no ser por tí no existiríamos y no sería la hierba tan verde.
La caca comprendió que hasta una mierda, un desecho, tiene alguna utilidad.
Gumersindo lo entendió y fue a buscar trabajo, y lo encontró.
Como a Raúl le gustó mucho la historia, la pasó a papel en esta redacción esperando sacar un 10 (o un 9'5) y escribió unos versos que dicen así:
                     Por muy inútiles que seáis no os desaniméis,
                     pues un buen día oficio encontraréis.

lunes, 25 de octubre de 2010

El monje incomprendido por Raúl García

  Corría el siglo XI y un monje pintaba un cuadro en su perdido monasterio del norte de Castilla. Aquel monjecillo de la orden benedictina no cesaba de pintar ese cuaadro, mas todos sus hermanos se preguntaban qué significaría. Mucho le habían preguntado pero el siempre respondía:
-No estoy seguro, tan solo sé que Dios es mi inspiración.
Y entonces cada uno se iba a hacer su tarea y lo dejaban pintar. El monje solamente comía, rezaba cuando tocaba, dormía y pintaba el cuadro, jamás se cansó hasta que lo hubo terminado y entonces, satisfecho, se fue a rezar mientras los otros monjes, asombrados se preguntaban cual sería su significado o, tan solo su finalidad.
 Mucho pensaron, y una mañana, al despertar , el cuadro había cambiado, la figura del que supuestamente era Dios cambió de postura, adoptando una extraña pose y sus ropajes desaparecieron mostrando su cuerpo desnudo. En ese momento el desgraciado autor del cuadro apareció por allí y, todos le miraban preguntandose como se atrevió a blasfemar de aquel modo. El monje, aterrado, salió corriendo y los otros le siguieron hasta el mismo fin de las tierras de la abadía.
Tropezó con una raíz de un gran roble, entonces llegaron los monjes y le encontraron desmayado y esperaron a que despertara y entonces lo acusaron de nigromancia, artes oscuras y blasfemia y lo quemaron vivo.
Más tarde se descubrió que el cuadro no cambió, pues tan solo fue un cambiazo de su celoso hermano que quiso hacer una "bromita".